Carro
La cesta está vacía
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¿Alguna vez te has preguntado cómo se tomaban vacaciones nuestros antepasados? No existían los paquetes “todo incluido” con ferry gratis, pero sí había escapadas, y muchas veces eran más curiosas de lo que imaginas.
Empecemos por la Antigua Roma. Los patricios inventaron las feriae: periodos de descanso que, casualmente, coincidían con banquetes, termas y baños de sol en Baiae, la Capri del Imperio. Más que vacaciones, eran reality shows de política y cotilleos entre sauna y masajes con aceite de oliva.
Damos un salto a la Edad Media. Sin aerolíneas low cost, la vacación por excelencia era la peregrinación: Santiago de Compostela, Roma o Jerusalén. Y nada de imanes para la nevera: lo que se coleccionaba eran broches de recuerdo, auténticos precursores de los souvenirs. Cuantos más llevabas en el manto, más viajero “pro” parecías.
En pleno Renacimiento, la moda entre nobles e intelectuales era el Grand Tour: meses (¡o años!) recorriendo Europa, con parada obligatoria en Italia para estudiar arte y arqueología. Hoy Instagram estaría colapsado de selfies en el Coliseo con hashtags tipo #GrandTourVibes.
En el siglo XIX, las vacaciones se volvieron más “burguesas”: nacen las veraneadas en la playa, con sombrillas de paja y trajes de baño tan grandes como una tienda de campaña. Y mientras hoy nos quejamos de los atascos en la autopista, ellos soportaban horas de carruaje… sin aire acondicionado.
Al final, desde los broches medievales hasta las fotos digitales, el ser humano siempre ha sentido la necesidad de contar sus vacaciones. Cambian los medios, pero no ese deseo eterno de escapar y —sobre todo— presumir al volver.
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